EL
OTRO CAMINO
“Dos
caminos se bifurcaban en un bosque amarillo
Y tomé
el menos transitado
Y eso ha
marcado toda la diferencia.”
-Edward
Frost- “The road not taken”
La luna que
marca el inicio del frío ya se asoma entre las nubes. Su luz perfila la
exuberante y hermosa silueta de la montaña que abraza a nuestra tribu. Si se
presta atención, dice Naomi, por las mañanas, se puede oír a los árboles
susurrar canciones a los árboles más bajos, que se puede distinguir el
arrastrar de un gusano con el revolotear de una mariposa y más aún se puede
notar en nuestra piel el calor del bosque que nos proporciona vida.
Tengo quince
años y me llamo Sakuna, que significa pájaro en la lengua de los sioux. Sé que
soy demasiado joven para aventurarme por el paraje de lo desconocido y que si
Naomi supiera que salgo a cazar cada noche, probablemente me castigaría. Lo que
me obliga a salir es saber que el invierno está a mis espaldas y que moriremos
de hambre como no encontremos una nueva fuente de comida. Muchos de nuestros
hombres sugerían a Naomi abandonar nuestro valle en busca de una tierra más
fértil.
No hace mucho
recibimos un ataque de los colonizadores y aunque conseguimos defender con
éxito a las mujeres y niños del poblado, no quedó nada de nuestros hogares.
Nuestros huertos se convirtieron en tierra muerta por culpa del incendio
provocado por sus antorchas. Nuestro poblado ardiendo ahuyentó a todos los
animales que vivían cerca lanzándonos a nosotros a la posibilidad de una muerte
rápida. Ahora solo podemos hacer una cosa: sobrevivir, que es lo que también
hicieron nuestros antepasados en los días en los que la naturaleza no respondía
a nuestras llamadas.
Cojo las
pieles y el arco y asomo la cabeza por la ranura del tipi. Una niebla espesa y
blanca me dificulta ver más allá. Mantengo mis ojos concentrados en empezar a
distinguir. Todo el campamento duerme dándome la posibilidad de poder escuchar
los mágicos sonidos que nunca antes había oído. A pesar de la gran capa de
nieve que pinta de blanco nuestro campamento, y el bosque entero, puedo oler
las brasas del día anterior que elevan una minúscula columna de humo gris al
cielo. Pongo un pie en la nieve y puedo sentir la extraña sensación de la nieve
quemándome y causando un escalofrío por todo el cuerpo. Salgo por completo y
esa niebla poderosa me envuelve en sus brazos. Nayeli, la loba de Naomi
permanece tendida frente a la puerta. Abre los ojos al olerme pero no realiza
ningún movimiento más. Me voy más a gusto sabiendo que toda mi familia esta
segura gracias a los lobos de nuestra tribu.
El campamento
es un elemento más en la lejanía cuando dejo atrás los primeros árboles del
bosque. Acostumbraba a ir con Naomi, fue ella la que me enseñó a cazar, a saber
qué plantas son las seguras y cuales no debo ni tocar, a disfrutar del bosque
como un segundo hogar y lo más importante: me hizo un hombre fuerte y luchador
por las cosas que más amo.
El bosque es muy
diferente al campamento, los sonidos y los olores se multiplican. El susurro de
los árboles, el batir de las alas de los insectos, las pisadas de los roedores
en la nieve y muchos otros sonidos indescriptibles resuenan tras los árboles.
Cuando estoy aquí solo, lo tengo todo, y a la vez no tengo nada, es la cualidad
más bonita del bosque. “Un día el bosque te da lo que necesitas y al día
siguiente te lo arrebata de la manera más cruel…” Es lo que Naomi llama Amor de
la Naturaleza, porque a la vez que nos mantiene, nos lo quita todo haciéndonos
más fuerte y aprendiendo a buscar una estrella en la más oscura de las noches.
Sigo el
camino que solía seguir con Naomi y tal y como decían los hombres de nuestra
tribu, no se ven ni conejos, ni ciervos, ni jabalíes, ni osos, los animales que
nos dan la vida… Naomi siempre me decía que no me separase del sendero marcado
puesto que perderse en la montaña supondría la muerte en pocos días. Nadie de
la tribu se atreve a desobedecer las órdenes de Naomi puesto que no sería la
primera vez en desterrar a alguien y abandonarlo a su suerte.
Camino por el
sendero marcado por rocas a ambos los lados. Este camino recorre muchos de los
recovecos de la montaña, pero no todos. Me encantaría poder explorarlos algún
día, si es que decidimos quedarnos aquí. La sensación de saber que no
encuentras comida y que tu gente muere cada vez más rápido se me clava como una
flecha en el epicentro de mi ser.
Hechizado por
la hermosura de aquel bello paraje, mis piernas andan solas por el sendero
hasta desprenderse de él y darme cuenta cuando ya es demasiado tarde. Fuera del
camino, el bosque es mucho más denso y el follaje acompañado de un montón de
ramas y raíces en el suelo me impiden moverme con facilidad. Si algo sé con
certeza es que estoy completamente perdido, a merced de la compasión del
bosque. Un miedo atroz inunda mi cuerpo de repente. Mi cuerpo no sabe adonde ir
y por fin decido acallar mi mente y quedarme quieto, y sentir que estoy conmigo.
Dicen los
sabios que nuestro destino esta escrito en las estrellas y que es imposible
cambiarlo. ¿Es este mi destino? ¿Estoy condenado a morir solo al amparo del
frío y del hambre? Los primeros rayos de sol de la mañana se filtran entre las
ramas de los árboles. El campamento despierta y si se percatan de que no estoy…
¿Qué será de mi? Debí prestar atención al camino… Moriré como un animal
indefenso, solo, y lo peor de todo, nadie sabrá donde encontrar mi cadáver.
Tiendo mi cuerpo sobre la nieve esperando una mano que me levante y me lleve a
casa, pero esa mano nunca llega y mis ojos se cierran, y mi corazón su puerta
cierra, y mi alma se cierra, y las pocas posibilidades de sobrevivir se
cierran. Mi pensamiento pierde la noción del tiempo. ¿Cuántas horas llevo
aquí…? El no saber me tortura cada vez más… Muero, lentamente, el frío ardiente
me envuelve desgastándome y desvaneciéndome pausadamente… Esta es la belleza
del bosque, lo que hoy tienes, mañana te lo pueden arrebatar… Entre la
oscuridad de la noche que se apropia del bosque, un haz de luz con apellido de
muerte llega hasta mi y para mi sorpresa, no me lleva con él sino que se acerca
a mi oído y me susurra con carácter fuerte: “Todavía no.” Abro los ojos. Me
levanto. Una ola de valor me sacude el cuerpo impulsándome a luchar. “No me
pregunto quien soy pero mi instinto me guiará hacía donde voy” no dejo de
repetirme a mi mismo. Y aunque lo que sigo no es un camino definido, mi
instinto me conduce a lo menos esperado.
Un bello
claro en el bosque se abre ante mis ojos. Mi instinto no ve el fin de este claro.
Pero no es el claro lo que me sorprende, sino la gran cantidad de animales que
corren por él. Tantos animales como miles de tribus podrían abastecer. Mis ojos no podían entender tal prosperidad
de vida, armonía y amor pero pronto regresa a mi mente el amargo recuerdo de
que no se donde estoy. Después, me doy cuenta de la valiosa lección que he
aprendido por encima de estar perdido.
Caminé por un
camino ya antes caminado. Me perdí en la exuberancia del bosque pero, el haberme
perdido ha valido la pena.