Es extraño. Me siento tan vacío…
Recuerdo que cuando me levanté
aquella mañana de julio, cuando tu seguías en el extranjero, los pájaros no
cantaban ni los árboles centenarios de corcho raído recitaban poemas de amor a
la hiedra que trepaba por ellos. Aquella mañana era distinta. Un aroma a
putrefacción y muerte recorría la riera que llegaba hasta la playa.
Como cada mañana antes de que
salga el sol, me pongo mi traje de funerales. Dejo la cama sin hacer y salgo al
porche. Desde él puedo ver la Bahía, hoy especialmente en calma. “Parece que
nadie quiere levantarse hoy” –pienso. Camino como fantasma sin rumbo hacia la
orilla. Por muy extraño y sinsentido que parezca, no oigo el sonido del agua
salada arrastrarse como hombre herido hacia tierra. En realidad, no oigo nada.
Quizás nunca oí nada y es hoy, a mi sabia edad , cuando por fin me doy cuenta
de todo.
¿Por qué tuviste que irte tan
pronto? Es tan compleja y rematadamente injusta la vida al arrancarte de mi, al
separarme de mi única vocación en este mundo insólito, en este mundo de
vencidos… Fui de aquellos que dicen que se puede vivir aunque te quiten lo más
preciado. No es verdad. Nunca lo fui, y más bien, creo que yo también me ahogué
contigo aquella mañana de julio. La única diferencia es que yo fui condenado a
permanecer entre los vivos mientras tu te fuiste al Suave y Cálido abrazo de los muertos. Y desesperadamente necesito volver contigo.
Soy tan débil…
Tan frágil…
Pero esta mañana es distinta. La
playa y yo somos uno y juntos creamos el dulce camino que lleva a tus senos.
Espérame amor mío. ¡Queda tan poco… qué me da miedo! Entro en el agua y lo
siguiente es tan solo silencio.
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