Del Padre al Hijo
Mi padre agarraba con fuerza mi mano cuando cruzamos la plaza del
pueblo. La niebla invadía el lugar aportando a su vez una atmósfera de
decadencia, de olvido… Un tiovivo adornaba el centro de la plaza. Mientras, las
casas que estaban más cerca poseían una fachada gris cuyos cimientos se habían desprendido con el paso del
tiempo. El tiovivo intermitía una serie de luces de colores, acompañados de una
musiquilla pegadiza que aun rebota en mi mente. Las esbeltas figuras del
tiovivo invitaban a subir, como si sus ojos artificiales, brillantes gritaran
con fiero acento: ¡Ven con Nosotros!
Aunque tuviera tan solo ocho años, era consciente de lo que ocurría en
la vida de mis padres. La falta de dinero. La falta de mimos de una sociedad
que no pone nada de su parte… No obstante mi padre sacó una moneda de su
bolsillo del pantalón y con una sonrisa de oreja a oreja se la entregó a la
gitana que estaba a cargo del tiovivo. Mis ojitos, enmarcados en un rostro
infantil, dan las gracias a mi padre con palabras de amor, palabras emitidas
por el propio alma.
“Mi papa me saluda por cada
vuelta que doy, con su risa… Yo no paro de gritar de emoción. Todos aquellos
seres dando vueltas sin cesar, la música, los colores, la niebla, la plaza, mi
papa, yo… Una fotografía fidedigna de una realidad fantasiosa y alegre”.
Aquel día, papa, con tan solo un euro, pagaste el billete de un viaje
al infinito y más allá, donde las figuras son universos, donde los colores son
alegría y la música armonía, donde la oscura niebla es una mágica cortina,
donde tan solo un euro vale más que mil imperios y tu y yo, papa e hijo, somos
la mayor unidad de amor que ha conocido esta vida.
Del Hijo al Padre
Mi jefe me despide, mi vida sucumbe. Me quedo sin dinero, y me falta
el aliento. No se donde buscar, y me arrodillo ante mi propio miedo. ¿Qué será
de mi mujer y mi hijo?¿Cómo saldremos adelante? Por primera vez en tiempo,
lloro… Por primera vez en tiempo,
un pánico abrumador se adueña de todo mi cuerpo. Me siento en el suelo.
Agacho la cabeza. Me escondo. Mi mujer me abraza y con el lenguaje del alma
pronuncia que saldremos adelante. Yo también la abrazo pero sin dejar de pensar
en que hacer para no recurrir a la calle. Solo el pensamiento me ahorca.
“Vende el coche” dice ella. Sin pensarlo dos veces, lo hago. Ya está.
Coche Vendido. ¿Me obligará la vida a seguir vendiendo cosas hasta que quede
completamente desnudo, yo y mi familia?
Mi hijo parece que no conoce la verdad y me dispongo a revelársela, a
decirle que todo se cae y que llegará el momento en el que no quede nada, en el
que no seamos más que seres inertes que pasean por el camino del fracaso, donde
nada importa y el tiempo pasa… Me acerco a él, tan menudo, tan sensible… y tan
solo digo: “Hijo, hemos tenido que vender el coche, no tenemos dinero”.
Mi hijo se separa de mi con una mirada de incomprensión pero
inmediatamente se ríe como si no existieran preocupaciones de las que
preocuparse. Se ríe… y a continuación me dice: “Pues iremos andando papa…”
Aquel día, conocí lo que era la
verdadera fuerza.