martes, 27 de octubre de 2015

De Padres e Hijos

Del Padre al Hijo

Mi padre agarraba con fuerza mi mano cuando cruzamos la plaza del pueblo. La niebla invadía el lugar aportando a su vez una atmósfera de decadencia, de olvido… Un tiovivo adornaba el centro de la plaza. Mientras, las casas que estaban más cerca poseían una fachada gris  cuyos cimientos se habían desprendido con el paso del tiempo. El tiovivo intermitía una serie de luces de colores, acompañados de una musiquilla pegadiza que aun rebota en mi mente. Las esbeltas figuras del tiovivo invitaban a subir, como si sus ojos artificiales, brillantes gritaran con fiero acento: ¡Ven con Nosotros!

Aunque tuviera tan solo ocho años, era consciente de lo que ocurría en la vida de mis padres. La falta de dinero. La falta de mimos de una sociedad que no pone nada de su parte… No obstante mi padre sacó una moneda de su bolsillo del pantalón y con una sonrisa de oreja a oreja se la entregó a la gitana que estaba a cargo del tiovivo. Mis ojitos, enmarcados en un rostro infantil, dan las gracias a mi padre con palabras de amor, palabras emitidas por el propio alma.

Mi papa me saluda por cada vuelta que doy, con su risa… Yo no paro de gritar de emoción. Todos aquellos seres dando vueltas sin cesar, la música, los colores, la niebla, la plaza, mi papa, yo… Una fotografía fidedigna de una realidad fantasiosa y alegre”.

Aquel día, papa, con tan solo un euro, pagaste el billete de un viaje al infinito y más allá, donde las figuras son universos, donde los colores son alegría y la música armonía, donde la oscura niebla es una mágica cortina, donde tan solo un euro vale más que mil imperios y tu y yo, papa e hijo, somos la mayor unidad de amor que ha conocido esta vida.


Del Hijo al Padre

Mi jefe me despide, mi vida sucumbe. Me quedo sin dinero, y me falta el aliento. No se donde buscar, y me arrodillo ante mi propio miedo. ¿Qué será de mi mujer y mi hijo?¿Cómo saldremos adelante? Por primera vez en tiempo, lloro… Por primera vez en tiempo,  un pánico abrumador se adueña de todo mi cuerpo. Me siento en el suelo. Agacho la cabeza. Me escondo. Mi mujer me abraza y con el lenguaje del alma pronuncia que saldremos adelante. Yo también la abrazo pero sin dejar de pensar en que hacer para no recurrir a la calle. Solo el pensamiento me ahorca.

“Vende el coche” dice ella. Sin pensarlo dos veces, lo hago. Ya está. Coche Vendido. ¿Me obligará la vida a seguir vendiendo cosas hasta que quede completamente desnudo, yo y mi familia?

Mi hijo parece que no conoce la verdad y me dispongo a revelársela, a decirle que todo se cae y que llegará el momento en el que no quede nada, en el que no seamos más que seres inertes que pasean por el camino del fracaso, donde nada importa y el tiempo pasa… Me acerco a él, tan menudo, tan sensible… y tan solo digo: “Hijo, hemos tenido que vender el coche, no tenemos dinero”.

Mi hijo se separa de mi con una mirada de incomprensión pero inmediatamente se ríe como si no existieran preocupaciones de las que preocuparse. Se ríe… y a continuación me dice: “Pues iremos andando papa…”



                   Aquel día, conocí lo que era la verdadera fuerza.






sábado, 17 de octubre de 2015

¡Estamos en Guerra!


A través de la ventana de mi escritorio oigo la voz cantante y poderosa de un joven. “¡Estamos en Guerra con Alemania!”

Mis dedos dejan de teclear. Cojo la taza de porcelana que descansa al lado de la maquina de escribir y le doy un sorbo al café todavía muy caliente. Tanto mi cuerpo como mi mente comprenden en su totalidad esa frase desgarradora porque de repente me cuesta pensar y mi cuerpo apenas reacciona. ¿Como yo puedo estar en Guerra con alguien? Es algo estúpido. Por un instante, mi conciencia se ve amenazada por una visión chocante, una visión horrible… Mis manos sujetan un fusil de guerra y con la fuerza de mil bestias tengo el valor y la osadía de disparar a alguien en el cráneo. Me avergüenzo de mi mismo y tiro el fusil al suelo. “¿Es eso valor? ¿Es valor tener las agallas de acabar con la vida de alguien al que nunca antes has mirado a los ojos, tan solo por un segundo, por intentar decirle con la mirada que va a morir?” Tras construir en mi mente literata y soñadora una filosofía enrevesada y sin salida, devuelvo mi triste atención a lo que ocurre ahí fuera, en las calles de Londres.

Cojo la taza y termino con su contenido. Saco la hoja de la máquina de escribir, la releo, sonrío, y la guardo en mi maletín. Tras un suspiro inocente, subo las escaleras hasta la buhardilla. Enciendo una vela y observo. Todo sigue igual. Los libros, recubiertos con una fina capa de polvo, estáticos como esculturas inmortales… Las novelas de Jane Austen y las hermanas Brontë, las obras teatrales de William Shakespeare, los poemas de Emily Dickinson y Robert Frost… y miles de libros cuyos autores ya no recuerdo. Sus historias deben estar olvidadas ya. Libros que llevan años esperando un nuevo lector que jamás llegará. Sitúo con cuidado la vela encima de una mesa coja de tres patas, que sostiene un jarrón con una rosa mustia. Cojo una silla escondida bajo una sábana sucia y raída y me siento. Es curioso, cuando entro aquí, siento que el tiempo pasa más rápido. Siento un desgaste abrumador, siento que me vuelvo viejo y que mis huesos se resquebrajan…

Consigo abandonar las sensaciones de vejez y pienso en lo que esta por suceder en mi país. ¿Cómo voy a acabar mi libro si estamos en guerra? Estar en Guerra para mi, con mi juventud, con mi fuerza, significa ir a luchar por mi país a un campo de batalla en el que todos, absolutamente todos, somos piezas de un juego sin reglas. Miro a través del minúsculo ventanuco de la buhardilla. Miles de jóvenes como yo corren despeinados a los puestos del ejercito, para alistarse. Miles de jóvenes, idiotas… No hace falta ser soldado para darse cuenta de que en el campo de batalla, tu vida no vale absolutamente nada. Pero desde fuera, la guerra es excitante y atractiva. Además, ¿a quién no le gusta luchar por su patria? Tengo que salir de aquí.

Con pensamientos de incertidumbre, apago la vela y bajo al recibidor. Me pongo mi gabardina y mi sombrero y acompañado únicamente por mi preciado maletín cruzo la puerta a las fantásticas y exóticas calles de mi opresiva y neblinosa ciudad. 








viernes, 16 de octubre de 2015

RoomMate: La Película

Bueno, pues ya está RoomMate subido a Youtube!!
Tenéis un link directo justo en la cabecera del blog o directamente pinchando los siguientes videos!!
Además del cortometraje, están también disponibles los discursos del director y su equipo en el día de la Premiere de RoomMate!!

Atentos porque pronto subiremos fotos y videos del estreno de RoomMate!

Echale un vistazo y atrévete a decir lo que te parece! Gracias

Óscar Gómez Villarroya






miércoles, 14 de octubre de 2015

"Recupere su Pasado"



¡¿Por qué el mundo cada vez es más gris?! Con ojos inocentes observo  con lupa y desde fuera aquellas personas…,  aquellas personas que antes eran parte de mi, como esa esquina doblada del libro que marcó tu vida. Esa página, para volverla a leer hasta el fin de los tiempos. Ahora, todo eso está perdido. Viviendo hasta ahora en un jardín donde nunca llueve, y el aroma de las flores perdura… nos hemos mudado todos juntos al alcantarillado. Hemos finalmente firmado los papeles para huir. ¿Huir? ¿Huir al infierno? ¿Es quizás la muerte putrefacta y el hedor de las sombras mejor que el aroma insustituible de las flores primaverales y el sol incesante? Todos diríamos que no pero la cruda realidad es que hemos hecho todos juntos la maleta, e inconscientes, hemos descendido al lugar que no conoce la luz natural, al lugar donde las aguas residuales de la sociedad nos queman la piel y nos reducen lentamente, y pasamos de ser los seres casi humanos a una simple marioneta. Si quiero que cambien las cosas y vuelvan a estar como estuvieron en un pasado, tengo que cambiarlo yo. Los demás ya están muertos.

Salgo a la calle y me dirijo al establecimiento de fachada azul celeste y de escaparate llamativo. Justo encima de la puerta de entrada baila un cartel de madera raída y repintado varias veces por la misma pintura alegre y serena de la fachada. El cartel dice en potentes letras blancas: “Recupere su Pasado” Al mismo tiempo que leo el cartel, un hombre de barba larga y con un bastón en la mano pone un candado en la puerta del local. Yo le pregunto: ¿Perdone, está usted cerrando la tienda? El hombre gira y se queda mirándome. Tras unos segundos masculla: “Las cosas ya no son como eran antes, nadie puede volver atrás, por que estamos sometidos a la fría y dura coraza del presente. De echo, nunca fuimos capaces de conseguir aquello que tanto añorábamos, lo intentamos, pero nunca lo conseguimos. ¿Quieres que todo siga como antes? Tú no puedes hacer nada”.


El hombre se aleja de mi calle abajo. Mientras, yo, reflexiono. ¿Sometidos a la fría y dura coraza del presente? Si de verdad estoy sometido a tal arduo destino, prefiero vivir en mis recuerdos.


jueves, 1 de octubre de 2015

EL CEMENTERIO



Aún recuerdo con exactitud cuando mi padre me llevó a ver a los muertos por primera vez.

Sonó su voz característica diciéndome que me levantara y que me vistiera lo más rápido posible. Me destapé con los ojos cerrados intentando buscar el interruptor de la pequeña lámpara que me vigila mientras duermo. Cuando por fin decidí salir al pasillo de la casa, vi a mi padre, ataviado con su abrigo de cuero. Su mano derecha sujetaba una taza de café humeante cuyo aroma amargo recorría aquel desamparado, agobiante y embrujado pasillo, como un túnel hasta mi.

“¿Cómo es que aún no te has vestido, hija?” –dijo el hombre de la casa con tono nervioso. Intenté redundar la pregunta acercándome a él y diciendo con una voz menuda y apenas audible: “¿Ocurre algo, papá?” Mi padre desprendió una mirada comprensible, me agarró por las sienes y me dijo tenuemente y con el carácter temperado propio de un hombre maduro como lo era él: “Ha llegado el momento, cariño, de que descubras una de las grandes verdades”.

Ya vestida, salí del baño. Mi padre me estaba esperando con la puerta abierta y con las llaves danzando en su mano, cantando a su vez el único sonido que se oía en el barrio. Ya en la calle, caminaba dos pasos por delante de mi, a un ritmo demasiado ligero… Mientras yo, miraba hacia el suelo, reflexionando e intentando imaginarme qué me iba a contar mi padre esa mañana tan poco especial, tan común…

Aligeré el ritmo y me puse a su lado. Antes de poder pronunciar una palabra siquiera él me preguntó: “¿Podrías diferenciar a un muerto de un vivo?”. Por un momento pensé que estaba vacilando pero al no hacer ninguna mueca en señal de broma tan solo dije: “Creo que sí”. Mi padre, sin siquiera dirigirme la mirada y con el paso constante dijo: “Hoy vas a ver una completa masacre”.

Lo primero que pensé fue que se había vuelto loco. El sol ya alumbraba entre los cortes tajantes y geométricos de los edificios sobre el contaminado y gris cielo de la ciudad. E igual que el sol, los trabajadores empezaban a salir de sus casas y se reunieron todos en el corazón de la ciudad para asistir a sus oficinas. Mi padre me llevó a la calle mayor tomando una calle paralela. Nada más salir a la inmensidad, la gente empezó a arrollarnos con su paso monótono y agresivo. Yo no dejé de seguir a mi padre, cogida de su mano, que serpenteaba entre las personas como ramas en una selva tropical. Llegamos hasta la plaza donde la inmensidad rebosaba. Mi padre entonces paró por primera vez en esa mañana. “¿Los ves?” – dijo. “¿Qué se supone que tengo que ver?” –dije yo esperando una respuesta lógica pero mi padre miró a su alrededor y dijo: “Los muertos.”


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Y han pasado los años y algo he aprendido: A mis doce años yo no fui capaz de comprender la lección que mi padre me dio aquella mañana. Él no quiso que yo me convirtiera en una de ellos y se vio en la obligación de avisarme antes de que fuera demasiado tarde. Aquella mañana, Yo no ví los muertos pero recuerdo perfectamente sus miradas, su caminar indeciso o quizás demasiado decidido, su alma corrompida, su propia irrealidad, su rumbo maldito hacia el propio infierno, su propia y gran mentira que acaba en el suicidio, su tristeza incomprendida que aun camina como perro guía de los ciegos que no encuentran el camino en la más oscura de las noches. Y luego recapitulo lo que yo no pude entender y que ahora encaja como pedazos de un cristal roto. Aquellos hombres trajeados, de pelo engominado y mente obstruida, mujeres de tacón alto, y con el móvil en mano, el móvil como extensión del propio brazo, y todos, todos conectados por cadenas. Cadenas opresoras del cuello. ¿Pero, Y en la otra mano…? En la otra mano no hay maletín, ni bolso… En esa otra mano esta la pala para cavar por última vez en el frío y cruel subsuelo de esta sociedad hundida, la tumba que marca nuestro entierro.

Y es que mi padre tenía tanta razón, tantos motivos para avisarme, tanto miedo… Conscientemente, por primera vez en mi vida, me doy cuenta de que aquella mañana mi padre me guió entre los muertos llevándome de la mano… y en primera persona ver el más árido y real de los cementerios.