Aún recuerdo con exactitud cuando mi padre me llevó a ver a los
muertos por primera vez.
Sonó su voz característica diciéndome que me
levantara y que me vistiera lo más rápido posible. Me destapé con los ojos
cerrados intentando buscar el interruptor de la pequeña lámpara que me vigila
mientras duermo. Cuando por fin decidí salir al pasillo de la casa, vi a mi
padre, ataviado con su abrigo de cuero. Su mano derecha sujetaba una taza de café humeante
cuyo aroma amargo recorría aquel desamparado, agobiante y embrujado pasillo, como un túnel hasta mi.
“¿Cómo es que aún no te has vestido, hija?”
–dijo el hombre de la casa con tono nervioso. Intenté redundar la pregunta
acercándome a él y diciendo con una voz menuda y apenas audible: “¿Ocurre algo,
papá?” Mi padre desprendió una mirada comprensible, me agarró por las sienes y
me dijo tenuemente y con el carácter temperado propio de un hombre maduro como
lo era él: “Ha llegado el momento, cariño, de que descubras una de las grandes
verdades”.
Ya vestida, salí del baño. Mi padre me estaba
esperando con la puerta abierta y con las llaves danzando en su mano, cantando
a su vez el único sonido que se oía en el barrio. Ya en la calle, caminaba dos
pasos por delante de mi, a un ritmo demasiado ligero… Mientras yo, miraba hacia
el suelo, reflexionando e intentando imaginarme qué me iba a contar mi padre esa
mañana tan poco especial, tan común…
Aligeré el ritmo y me puse a su lado. Antes
de poder pronunciar una palabra siquiera él me preguntó: “¿Podrías diferenciar
a un muerto de un vivo?”. Por un momento pensé que estaba vacilando pero al no
hacer ninguna mueca en señal de broma tan solo dije: “Creo que sí”. Mi padre,
sin siquiera dirigirme la mirada y con el paso constante dijo: “Hoy vas a ver
una completa masacre”.
Lo primero que pensé fue que se había vuelto
loco. El sol ya alumbraba entre los cortes tajantes y geométricos de los
edificios sobre el contaminado y gris cielo de la ciudad. E igual que el sol,
los trabajadores empezaban a salir de sus casas y se reunieron todos en el corazón
de la ciudad para asistir a sus oficinas. Mi padre me llevó a la calle mayor
tomando una calle paralela. Nada más salir a la inmensidad, la gente empezó a
arrollarnos con su paso monótono y agresivo. Yo no dejé de seguir a mi padre, cogida de su mano, que serpenteaba entre las personas como ramas en una selva tropical. Llegamos
hasta la plaza donde la inmensidad rebosaba. Mi padre entonces paró por primera
vez en esa mañana. “¿Los ves?” – dijo. “¿Qué se supone que tengo que ver?”
–dije yo esperando una respuesta lógica pero mi padre miró a su alrededor y
dijo: “Los muertos.”
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Y han pasado los años y algo he aprendido: A mis doce años yo no fui capaz
de comprender la lección que mi padre me dio aquella mañana. Él no quiso que yo
me convirtiera en una de ellos y se vio en la obligación de avisarme antes de que fuera demasiado tarde. Aquella mañana, Yo no ví los muertos pero recuerdo
perfectamente sus miradas, su caminar indeciso o quizás demasiado decidido, su
alma corrompida, su propia irrealidad, su rumbo maldito hacia el propio
infierno, su propia y gran mentira que acaba en el suicidio, su tristeza incomprendida
que aun camina como perro guía de los ciegos que no encuentran el camino en la
más oscura de las noches. Y luego recapitulo lo que yo no pude entender y que ahora encaja como pedazos de un cristal roto. Aquellos hombres trajeados, de pelo
engominado y mente obstruida, mujeres de tacón alto, y con el móvil en mano,
el móvil como extensión del propio brazo, y todos, todos conectados por cadenas.
Cadenas opresoras del cuello. ¿Pero, Y en la otra mano…? En la otra mano no
hay maletín, ni bolso… En esa otra mano esta la pala para cavar por última vez
en el frío y cruel subsuelo de esta sociedad hundida, la tumba que marca nuestro entierro.
Y es que mi padre tenía tanta razón, tantos
motivos para avisarme, tanto miedo… Conscientemente, por primera vez en mi
vida, me doy cuenta de que aquella mañana mi padre me guió entre los muertos llevándome
de la mano… y en primera persona ver el más árido y real
de los cementerios.
Riqueza absoluta,ojos bien abiertos para haber podido captar todas las realidades....me ha encantado....
ResponderEliminarMuuchisimaae graaciaas! De verdad que aprecio mucho esto!!😊😊
EliminarWow! This is food for thought and ... for the English Literature class! Keep it up!
ResponderEliminarThanks a million!!
EliminarDe verdad sin palabras, me gusta mucho el significado y como consigues que meditemos sobre algo de lo que no somos conscientes. Enhorabuena, me gusta mucho la idea :)
ResponderEliminarGracias Candela! Me alegro de que te haya gustado! ;)
EliminarInpresionante!! Sinceramente no se podría explicar mejor la triste realidad de nuestra sociedad. Nunca abandones tu ambición y tu ilusión porque te llevarán muy lejos.
ResponderEliminarMuchas gracias ;)
EliminarBreve pero intenso! Increíble Oscar!!
ResponderEliminarMis mas sinceras enhorabuenas. Sigue así, llegaras muy lejos!
Gracias de verdad!!
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